EN EL DEPORTIVO CALI LO RECHAZARON POR SER MUY FLACO
El jugador antioqueño, de 26 años, y su historia de vida son
un claro ejemplo de superación, honestidad y dedicación.
Cuando Juan Guillermo Cuadrado empezó a patear balones de
fútbol en las polvorientas calles de su natal Necoclí (Antioquia) soñaba con
ser jugador profesional y algún día llegar a los mejores equipos del mundo.
Gambeteaba rivales, tristeza, pobreza y tragedia. Sorteó dificultades y la
muerte le arrebató a su padre. A la violencia que le quitó a su progenitor le
hizo el quite en numerosas ocasiones.
Hace 8 meses, en pleno fervor del mundial en Brasil, Juan
Diego Ramírez, publicó en El Espectador una Carta a Juan Guillermo Cuadrado en
donde hacía un recorrido por su vida y el camino para llegar hasta el balompié
europeo.
Este artículo recoge las vivencias de un jugador que hoy se
da el lujo de ser parte de uno de los
clubes con mayor historia en el fútbol inglés, El Chelsea Fútbol Club.
Carta a Juan Guillermo Cuadrado*
“Te escribo desde el patio de tu casa, Juan Guillermo. Este
terreno resume los 12 años que viviste en Necoclí porque en este sitio pateaste
tus primeros balones y jugaste a construir castillos a tu medida: con tablas,
arena y piedras de esta tierra árida. Y aquí, a unos pasos del tanque y del
baño que son independientes de la casa, te amarraba tu abuela Marcela por
escaparte a jugar fútbol. Debió haber sido muy estricta para juntarte las
muñecas y obligarte a mantenerlas por encima de la cabeza. Si las bajabas o
dejabas de mirar la pared, te daba palmadas. ¿Recuerdas? Es que igual debes
admitirlo: de niño eras bien jodido.
Incluso te escapabas, amarrado y todo, por la puerta de la
trastienda, cruzabas una avenida intermunicipal y terminabas en un terreno
baldío. Y allá, en esa montaña que se alcanza a ver desde acá, desde tu patio,
te encontrabas con tu pandilla de amigos. Con Miguel Ángel, John, Nelson,
Diego, Olmer, El Avispón, El Cholo, Larsen, los dos Camilos y los dos Éver. Tú
eras el Cortico, ¿verdad? Así te llamaban porque eras bien enano. Se reunían en
esa montaña y se tiraban de ahí sobre un trineo particular: una botella 2,5
litros que rebanaban por la mitad y que quedaba como tabla de eslalon. También
se iban a bañar a la represa La Guitarrita, ese charco en forma de instrumento
que sigue ahí como en tus tiempos, como cuando pescabas camarones con
chinchorros o con cualquier tela.
En Necoclí todo sigue idéntico, Juan. Las calles difuminadas
por el polvo que dejan los mototaxis, el calor de la cancha La Batea —donde
metiste tu primer gol— y la música alborotada de la playa. Todo está intacto. Y
tu casa, la de fachada angosta y color vinotinto, también se rehúsa a cambiar
con el tiempo. Incluso algunos de tus amigos de infancia siguen acá y otros
vienen de vez en cuando, como Larsen, que trabaja como policía en Medellín y
ahora está de visita.
Dice que ese grupo de amigos no te olvida. A pesar de que te
fuiste a vivir a Apartadó a los 12 años, se sienten orgullosos de ti. Les dicen
a los que pueden que jugaron contigo en esa montaña donde ahora hay un aviso de
entrada y salida de volquetas. Cuenta tu amigo Larsen que allí jugaban todo el
día, en lo oscuro y con lluvia, en horas escolares y en días festivos. Cómo no
vas a gambetear con tanta propiedad ahora si desarrollaste tu fuerza en
lodazales. Y cómo no vas a ser tan ágil si jugabas a pie limpio, porque
preferías quitarte los zapatos y la ropa del colegio y jugar en calzoncillos
para evitar que la abuela Marcela te castigara por ensuciarla.
Qué berraquito tan jodido. Y tan travieso. Cuentan que una
vez te caíste de un árbol por andar cogiendo guayabas y en otra ocasión te pisó
la carreta de un caballo y te fracturó el tendón de Aquiles. Todo por no
quedarte quieto. Eras el más pequeño en estatura, pero también te gustaba andar
de pendenciero. Dizque una vez te fuiste a los puños con tu amigo Larsen a
pesar de que él era una cabeza más grande. Dizque un día fuiste feliz porque
jugaron a ser boxeadores en la calle, con unos guantes que les prestó un
vecino. Y dizque nadie se podía meter con tu pandilla, porque los 13 agarraban
piedras y palos y se defendían contra los que fuesen. Eran asuntos de niños,
pero desde entonces ya eras bastante leal.
Pocos conocen el origen de tu carácter, pero seguramente
nació de las dificultades, pues no cualquiera triunfa después de presenciar el
asesinato de su propio padre. Tenías cuatro y sólo recuerdas el sonido de las
balas, porque estabas metido debajo de la cama. Tú y tu familia lograron
reponerse, a pesar de que se les fue el tiempo lamentando a Guillermo, que no
te heredó el fútbol pero sí el coraje para ganarte la vida dignamente, como lo
hizo él manejando camiones de gaseosa. Fue duro convertirse en una cifra más de
injusticia, en un número más de esa guerra maldita en Necoclí y en todo el
Urabá de los 90. Qué cabrón es este país a veces, ¿cierto?
Aquí se necesita mucha suerte, Juan, y a pesar de todo, tú
has sido afortunado. No por haber nacido el mismo día que cumplía años Diomedes
Díaz. Qué va. Sino porque triunfaste en el fútbol siendo de una tierra sin
oportunidades. El entrenador José Leonel Rengifo (o León, como lo debes
conocer) me mostró una foto tuya en el año 2000.
Él guarda esa imagen como un tesoro y ahí estás posando en
un equipo de camiseta roja durante un torneo en Turbo.
No tenías los pelos ensortijados como ahora, pero sonreías
como lo haces desde siempre por convertir goles. Se ven 18 niños en el retrato
y tú fuiste el único que logró ser profesional. Uno de ellos, me cuenta José
Leonel, está en una cárcel de Medellín por violación y homicidio. Entonces
fíjate cuánta suerte has tenido. Sólo imagínate cuál hubiera sido tu destino
sin el fútbol: tal vez tu mamá seguiría trabajando en la zona bananera de
Apartadó o en la heladería de Necoclí. Pero no. La suerte se inclinó a tu favor
en momentos decisivos, porque con el mero talento no bastaba. Tú, más que
nadie, sabes que las habilidades no les han valido a muchos para ser
profesionales. Por eso te digo que este país es bien jodido, bien injusto.
Aun así lo representas poniéndote la camiseta de la
selección y lo has hecho con tanta dignidad que eres el primer futbolista
necocliceño en un Mundial. Bien hubieras podido renunciar al equipo de un país
que te quitó a tu padre, que en un principio te cerró las puertas al mundo del
fútbol porque en el Deportivo Cali te rechazaron por ser flaco. Pero siempre
fuiste valiente. Y por eso te has vuelto tan popular como para ser pretendido
por el Barcelona. Eres todo lo que muchos quisimos ser y realizas piruetas que
nosotros sólo podemos realizar en el Play Station. Estás muy lejos de esos mezquinos
que juegan sin poesía y resumes desde siempre la idiosincrasia del fútbol
colombiano: velocidad, fantasía y sensibilidad en el pie.
Por eso tu pandilla siempre te decía que ibas a llegar
lejos. ¿Te acuerdas? Siempre te trataron como al mejor, como al capo. Y fíjate
que acertaron: por eso tu casa, en el barrio Simón Bolívar, ahora está llena de
trofeos y de seis cuadros en la entrada con fotos tuyas en el Deportivo
Independiente Medellín. Por eso tu primo Juan José, queriendo ser tú, corre por
ahí con la camiseta de la Fiorentina que le regalaste.
Cumpliste tu sueño infantil de ser futbolista, ese que
empezó en Necoclí, cogió forma en Apartadó y se hizo realidad en Medellín.
Cumpliste, además, el sueño que también tenían tus amigos del barrio. Ellos no
llegaron a debutar, pero sienten como propios tus triunfos y todos te apoyarán
en este Mundial. Tú tienes la responsabilidad de jugar por quienes no llegaron.
Incluso por los ausentes y los caídos que has llorado. No los defraudes, Juan.
Rómpela. Por ellos."
*Texto publicado el 13 de junio de 2014
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